VANGUARDIAS


Extraido de Barroso Villar, Julia. "Tema, iconografía y forma en las  vanguardias artísticas".Castrillón.Gijón.2005
Las pre vanguardias
El postimpresionismo En algunos aspectos puede resultar artificial establecer la separación entre el Impresionismo y los artistas que, después de esta corriente, continuaron sus enseñanzas de libertades técnicas y conceptuales. Pero aunque sean irreductibles a un movimiento, la densidad de su experiencia y el hecho de que sirviera de inspiración y de modelo a muchos otros artistas posteriores, hace casi imprescindible el tener que contar con sus aportaciones como un sólido substrato del arte de las vanguardias. … este eslabonamiento entre las diferentes prácticas artísticas recorre toda la historia del arte, lo que no quiere decir que lo haya hecho sin contradicciones, oposiciones ni tensiones, también, para las vanguardias históricas y sus inmediatos precedentes. De esa tradición moderna, el fenómeno del divisionismo iba a perpetuar, en el sentido temático, dos elementos: el paisaje, y la figura. En esta corriente ambos motivos adquieren un importante relieve, sin que la preocupación argumental fuera más destacable que en los impresionistas, sino que, incluso, sucede lo contrario. Los autores de esta órbita también denominada “puntillismo”, enfatizaban los objetivos ópticos con análisis teñidos de argumentación científica, y estaban más preocupados por exaltar metódicamente los efectos de luz que los impresionistas habían presentido y utilizado sin un código técnico preciso en su formalidad. Este fue el modelo dado por Georges Seurat, seguido con entusiasmo por Tema, iconografía y forma en las vanguardias artísticas  junto Signac, Pissarro, y otros . Esto mismo, junto con la brevedad cronológica de esta corriente, pareció empobrecer el interés temático, que ampliaron con algunas escenas de circo y paradas dentro del campo del ocio de los impresionistas. Los torsos de mujeres de G. Seurat, resultan casi neutros en su esplendor luminoso. Los paisajes cobran en cambio una vivacidad especial, al ser exaltados por las luces complementarias reducidas a puntos de color. La relación entre ambas corrientes, se da no solo en la genealogía ambiental, sino además en la persona de algunos de sus practicantes, como fue el caso de Camille Pissarro. Lo mismo ocurriría con los llamados grandes independientes del postimpresionismo y las vanguardias, Vincent Van Gogh, Paul Gauguin, y Paul Cézanne. Habría que añadir, especialmente en el sentido temático, a Henry de Toulousse-Lautrec. En distinta medida, todos ellos pasaron por la experiencia impresionista, que tomaron como base de su ruptura con el “orden” y de su búsqueda de un lenguaje personal. Y todos ellos pervivieron en el fondo común de las referencias vanguardistas. Con este matiz de lo subjetivo comienza en realidad uno de los fundamentos del arte del siglo XX. El artista querrá expresar lo que él siente o ve, no lo que unas supuestas leyes naturales y la tradición considerada científica dicen que es la realidad. Para ello no se iban a limitar a inventar unos nuevos lenguajes formales. También éstos iban a estar implicados, de manera inseparable, en cierta visión de lo que sus autores consideraban importante. Aunque no sean casos paralelos, cada uno de estos pintores contribuye con su aportación a incidir de manera particular en los temas y en los modos, que traspasan la línea de los dos siglos fronterizos, XIX y XX, para seguir vigentes en las iconografías del arte que vendría después. Si Manet había resultado un pintor de gran fecundidad tanto en el sentido temático como en el formal, lo mismo podría decirse de los antes mencionados. Se suele considerar que el noruego Edvard Munch es padre del expresionismo alemán, y a su vez, que él también pasó por la experiencia impresionista unida a los efectos de la corriente simbolista y la fluidez de línea del Modernismo. Estas pautas iban a afectar a todos los grandes independientes mencionados, siendo el simbolismo más cercano a Munch, a Gauguin y a Van Gogh; el Modernismo, a Toulousse-Lautrec y a Munch, quedando Cézanne, de entre ellos, como el más distanciado de la continuidad literaria, pero más cercano a una actitud cerebral de raíz clasicista, que no en vano encuentra algún parangón con su precedente neoclásico Ingres.

Géneros y temas
Es preciso tener en cuenta que, necesariamente, tuvieron que confluir los factores ambientales, pero también de manera cada vez más evidente, esa subjetividad forjada entre la sensibilidad y la adversidad del medio que cada vez se hará más patente en la producción de los artistas. El paisaje Al tratarse de un género estrella en el precedente impresionista, parece lógico que haya sido una de las modalidades pictóricas más socorridas entre los autores de dicha filiación. Pero ni todos ellos lo cultivaron con asiduidad, ni tiene un valor equivalente en quienes lo practicaron.
Vincent Van Gogh será un intérprete de paisajes diversos en el sentido del territorio: primero en Holanda, utilizando tonos oscuros de tradición realista; y luego en Francia, con la luminosidad característica de las regiones mediterráneas de Arlés y la Provenza, el mítico midi con que soñaba para dejar su equipaje de melancolía y depresión, pero incluyendo además escenas nocturnas tenebrosas, procedentes de su estado de ánimo, aunque éste a su vez fuera en parte inducido por las condiciones externas .
Para él, el paisaje se convierte en la representación de un cosmos panteísta, siempre trascendiendo la inmediatez de los datos. En palabras que recoge J. Rewald, en las que Van Gogh muestra ese apasionamiento acerca de las posibilidades de expresar estados de ánimo diferentes a través del color, decía el pintor a su hermano Theo, a comienzos de septiembre de 1888, en una carta desde Arlés: “Siempre espero hacer en ello un descubrimiento… expresar el amor de dos amantes mediante la unión de los complementarios, su mezcla y su oposición, las misteriosas vibraciones de los tonos emparentados. Expresar el pensamiento que se esconde tras una fuente mediante la brillantez de un tono claro sobre un fondo sombrío. Expresar la esperanza con alguna estrella, y la ansiedad del alma mediante una resplandeciente puesta de sol…”. Las colinas de olivares, la iglesia del pueblo, todo significa algo más que lo visible. Es esa búsqueda de conferir significados profundos a su pintura la causa de que Van Gogh buscara nuevos modos de expresarse, logrando mucho después de su muerte uno de los niveles más altos de reconocimiento público, que llega hasta la anómala cotización financiera mediante la que, fuera incluso de toda pretensión de los propios artistas, se reconocen hoy sus méritos.
Paul Gauguin, aparte de la episódica conexión con Van Gogh, siguiendo su propia línea, fue asimismo un pintor interesado profundamente por el paisaje natural. Al iniciar su trayectoria en Bretaña, pintaba aquellos parajes sin descanso, a lo que hay que añadir el inciso de Arlés. Más tarde los de Martinica, y después los más definitivos de las islas de Polinesia. Su búsqueda trataba de hallar paisajes y gentes que simbolizaran valores primitivos inalterados por una civilización corrompida. Tal es en esencia, aunque caben múltiples matices biográficos en los que no incidiré, la línea argumental de su búsqueda. La relación entre tema y forma, alcanzadas mediante su personal modo de hacer, fue la apuesta de este creador singular. La pincelada dividida de los impresionistas se fue convirtiendo en fragmentación pastosa al principio, y en colores planos matizados con calidades de tintas planas, en un sentido sintético, versión plástica que cultivaban algunos simbolistas como Maurice Denis, y en concreto, Bernard Sérussier con el cloissonné. Esta fue la fórmula que, cada vez de manera más sintética, aplicó Gauguin años más tarde a la obra que toma como marco los mares del sur. La mayor parte de sus paisajes se hacen con figura, el paisaje puro no es muy frecuente en él.
Para Paul Cézanne en cambio, se pierde todo ese valor simbolista del paisaje natural, no obstante ser uno de los gé neros fundamentales que cultivó. Los temas de su región original, Provenza, desfilan en él a la vez con mesura y pasión. La medida y el control parecen estar siempre subyacentes en lo que hace, pero el exceso reside precisamente en la elevada frecuencia con que aborda los mismos asuntos, demasiadas veces para ser solo un pretexto temático o motivo, como le había ocurrido a Monet con ciertas marinas y con la serie de la Catedral de Ruán. La montaña de Santa Victoria en particular con su elevado número de versiones, pero también los paisajes de L’Estaque, o la bahía de Marsella, empiezan a aparecer a partir de Cézanne con asiduidad, con esa espectacular repetitividad que Monet ya había instaurado con sus series. Se ha dicho que hay un cambio desde los impresionistas, interesados en las luces de los parajes del norte más brumosos y de luces tamizadas, y el sur, ahora implantado con Cé zanne y que en adelante será el ámbito preferido por los artistas franceses o relacionados con ese país: Matisse, Picasso, Dalí. La opción por las tierras cálidas de luz luminosa, la de sus lugares de origen o escenarios de sus vidas, es lo que está presente tanto en Cézanne como en Van Gogh. Otra cosa sucede con Edvard Munch, que pinta paisajes nórdicos, de su alma trágica, a través de los fiordos y tierras noruegas, como marco de alguna escena o figuras, más que paisajes puros. Toulousse-Lautrec, por su parte, prescinde en su iconografía del paisaje, plenamente interesado en figuras escenas sobre todo de interiores.
La figura humana
Los autores postimpresionistas abordaron, todos ellos con pleno interés, el ser humano tanto en retratos, como en particular los autorretratos, y en composiciones de escenas. El retrato que algunos impresionistas como Manet habían cultivado, pasa a ser un género que los sucesores artísticos de aquella corriente valoraron con frecuencia, pero muy en especial hay que destacar el autorretrato. Tanto para Gauguin, como para Van Gogh el autorretrato será la forma de representar no sólo al modelo más disponible y barato, sino el medio a través del cual expresarán su propio ego, la visión entre endiosada y torturada de sí mismos. Cézanne lo cultivará con menos frecuencia, siempre con esa faceta más presentativa, no simbolista. Munch si se autorretrata lo hace incluido como observador de la escena mundana, como bebedor y en el bar, reflejando su propio deterioro; o también como se verá, como hermafrodita con alusiones a lo demoníaco. ToulousseLautrec, retomando en parte asuntos de Degas, y más cercano que los anteriores al noruego, se oculta entre las escenas que representa sin apenas aparecer caracterizado de manera personal. El retrato de su madre o de algunos personajes de la vida noctámbula parisina son sus elegidos: Aristide Bruant, las diversas estrellas de los cabarets, son el mundo “no normalizado” que nos ofrece. Esta modalidad tendrá mucha vigencia posterior con los pintores expresionistas.

El retrato
Hecho entre los artistas a modo de intercambio experimental fue una práctica que adoptó el grupo simbolista de Gauguin en Bretaña, con Paul Sérussier y otros. Y de ahí el interés en su estancia con Van Gogh en Arlés, de intercambiar efigies, cuestión fallida tras el fracaso de su convivencia. Van Gogh hará una obra símbolo del retrato de la figura ausente: la silla de Gauguin, el objeto por el sujeto, la parte por el todo. Y en el autorretrato, a mostrar toda su frustración cuando se corta una oreja y así mismo reproduce su imagen mutilada, realizando, aunque fuera de control, una performance de acción cruenta, mucho antes de que Hermann Nitsch y otros artistas del accionismo vienés hablaran del tema casi un siglo más tarde, y de que Rudolf Schwartzkogler diera pie a la leyenda de su mutilación hasta la muerte en una de sus acciones en 1969.
La escena
Basada en agrupaciones de figuras con fondos domésticos o bien de paisaje abierto, tendrá gran fuerza en los tres grandes triste y perverso del color azul, recursos que él utiliza con una vehemencia y enunciados formales muy personales. Tanto los paisajes que acogen las figuras, como los exentos de las mismas, encarnan constantes de vida y muerte. Una lámpara o un sol están omnipresentes en su obra, y en interiores como el Café de noche (1888, New Haven, Yale University), extrapolan ese simbolismo más allá de los objetos. Es muy interesante percibir la intensidad con que este autor confiere valores simbólicos a los objetos, incluso sin que constituyan una escena. La silla de Gauguin ya mencionada, las lámparas; los elementos de la naturaleza, como estrellas, remolinos de viento, cuervos, mieses, nubes, o árboles, además del conjunto de enseres y objetos en la conocida descripción de su cuarto en Arlés a propósito de la pintura titulada La habitación de Vincent (1888, Amsterdam, Rijksmuseum), son la parte animada de una especie de panteísmo vital practicado por el artista. Ciertamente, no se puede hablar de indiferencia ante los contenidos, a pesar del proceso de intensificación del interés por las nuevas formas y técnicas. Pero esto que en Van Gogh parece tan indisoluble, por su enorme fuerza expresiva, ocurre en otras medidas con el resto de los autores que estamos considerando de la época. Gauguin también volcó su pasión, aunque de otro talante, en la pintura que llevó a cabo. Y sus escenas primero de costumbres campesinas en Bretaña, donde ya se da el importante inciso sintético de “La lucha de Jacob y el ángel”, que tituló La visión después del sermón y más tarde tahitianas y del entorno polinesio, son la plasmación de su visión idealizada de lo primigenio humano, de los valores no contaminados por la civilización, y de su añoranza del paraíso perdido que, míticamente, llevamos en el corazón.

Las vanguardias históricas
Las técnicas como argumento
La etapa que va desde el año 1905, en que expusieron los fauves en el Salón de Otoño de París, y el grupo Die Brücke en Dresde por vez primera, hasta mediados de los años veinte, fue de una gran densidad creativa de “ismos”, como es sabido, y dentro de esa riqueza expresiva, hubo importantes fenómenos de dicción y de contenido, que marcan los mensajes de los artistas de aquellos colectivos, y de muchas individualidades. Pasaremos a considerar por un lado, lo elementos formales expresivos, y por otro, los tipos de temas a los que fueron asiduos sus creadores, en la hipótesis de que no fueron tan secundarios como a veces se nos antoja. El énfasis en los cambios formales, en las revoluciones de la dicción, no deben hacer olvidar que, inseparables, estaban allí las preocupaciones por los argumentos de la vida. La línea se emancipa Los elementos técnicos que componen una obra de arte, tales como el dibujo o la línea, el color, la textura, o la composición, reciben un fuerte énfasis en las tendencias de vanguardia, potenciando su valor como significados de cambio de sus valores, quedando la obra en algo a considerar más allá de un mero sistema de formas y técnicas nuevas. Cada momento de la historia ha privilegiado maneras de confeccionar la obra plástica, y la cuestión es si esa elección formal no es parte misma de lo que pretenden transmitir.
 Para las vanguardias, la ruptura de los códigos comunes heredados por la vía de la enseñanza oficial es tan fuerte que ocupan ellos mismos buena parte del significado artístico. Ello no quiere decir que los artistas se limitasen a realizar formas vacías de contenidos, muy al contrario. De la fusión entre forma y tema se fue creando cada una de las identidades del estilo en las vanguardias, algunas difusas, y por lo general extrapoladas en busca de una identidad formal excesiva, siendo el modo de utilizar la línea un elemento distintivo de algunas de aquellas corrientes.
 Para el Fauvismo, con Henri Matisse a la cabeza, será el color por su capacidad expresiva el mensaje fundamental a realizar, transmitiendo su vitalismo, la “joie de vivre” como en alguno de los temas inmediatamente anteriores a la creación de este “ismo”, procedentes de la tradición simbolista. Ese colorido iba acompañado de una línea de dibujo antiacadémica, sin seguir las pautas de perfiles recortados linealmente, frente a zonas en esfumado como en las figuras de los retratos, con rupturas y grosores en apariencia caprichosos, que son parte de la originalidad y fuerza de su autor. Después de la experiencia divisionista, con testimonios como Lujo, calma y voluptuosidad, (1904-1905, col. part.), la aproximación de puntos que sugería lo lineal en esa técnica lleva a la paradoja de necesitar crear otra forma de dibujo: volver a la línea, aunque expresiva y no modulada en sentido acadé mico. Otros autores fauves son maestros del dibujo como, en particular, Raoul Dufy, que llevaría su evolución hacia el arabesco decorativo. También es el caso de André Derain, más cercano a Matisse en el plano visual, además de Georges Braque antes del cubismo, y de Maurice de Vlaminck cuando, en una parte de su evolución, seguía pautas que procedí- an de Vincent Van Gogh. Para el Cubismo la ruptura de la línea tuvo otro significado. Trataba sobre todo de crear espacio y movimiento simultáneos, y delimitarlos mediante su propio juego, denotando independencia del objeto con respecto a las convenciones, pero con el realce sobre todo de la propia ejecución, para se- ñalar que ella se basta a sí misma como objetivo de la obra. Esta y otras rupturas de códigos en el arte, son en buena parte causa de la distancia cada vez mayor con su público, que seguía, y en buena parte, sigue, esperando una narración argumental mediante recursos formales realistas, a fuerza de conocidos por basarse en la tradición, identificados como los verdaderos, los naturales, y los posibles. Las estrategias en el tratamiento de la línea por parte de los autores cubistas, tanto en la fase hermética como en su simplificación posterior, son parte de ese tanteo experimental en búsqueda de la emancipación de la obra, esa forma con capacidad de vivir por si misma a la que aludiría, metafóricamente, Picasso. Los expresionistas alemanes, consecuentes en líneas generales con la búsqueda de la expresión de las grandes emociones que mueven al ser humano, utilizaron la línea en un sentido a su vez también rupturista, pero de manera peculiar. Conocedores de las obras y teorías impresionistas, del Divisionismo y de los grandes independientes que les siguieron, al tener como referencia en años de formación lo que ocurría con las artes en París, siguieron sus propias pautas sobre la base de ese substrato simultáneo de vanguardias que se venía formando. Como el Fauvismo, el Expresionismo se basaba en el color y en el trazo, pero en su caso, era de cariz incisivo en vez de decorativo. Y a través de la tradición romántica, tan fuerte en el área germánica, tenía parte del camino recorrido para romper con las ense- ñanzas académicas. Mediante la línea, buscaron su fuerza en los grabados xilográficos, en los que expresaban de manera enfática la impaciencia con que trataban, sus autores, las propias situaciones emergentes de las guerras y de los períodos intermedios entre las mismas en que Europa, y el antiguo territorio Germánico en concreto, se vieron envueltos.
El inmediato ejemplo de Edvard Munch, muy admirado e influyente en el arte del ámbito cultural germano, sirvió de enlace con las nuevas propuestas. Un conjunto de artistas estudiantes de arquitectura dio vida al grupo Die Brücke, El Puente, nacido en Dresde en 1905, hasta los años de Berlín que van de 1911 hasta dos años más tarde, poco antes de la gran Guerra, en que se disolvieron. Ernst Ludwig Kirchner, Eric Heckel, Karl Scchmidt-Rottluff, y Emil Nolde, además de otros, durante un tiempo, llevaron a cabo esa transformación desde ese primer frente expresionista más compacto que hoy se considera que habían suministrado Edvard Munch, James Ensor, y Emil Nolde, cada uno de ellos aisladamente. Nolde en concreto, utilizó el dibujo en sus óleos de una manera en apariencia anárquica, dejando que la masa de color, fuertemente empastada, definiera los perfiles por sí misma. El dibujo anguloso, esquemático y tosco fue característico de las obras de Kirchner más representativas, pero también de Heckel y de Schmidt-Rottluff. Desde Munich se abrió otro frente en forma de grupo, Der blaue Reiter o El jinete azul, y aunque las aportaciones de sus principales creadores, de Wassily Kandinsky a Franz Marc y August Macke, como las del resto de sus componentes, deben ser consideradas sobre todo desde la perspectiva de la abstracción, no dejaron de aportar la tensión expresionista propia de sus formas disolutas en las acuarelas abstractas de Kandinsky, o en las obras de Marc hacia el año de su muerte en Verdún, 1914, como en el lienzo Formas en combate (1914, Munich, Bayerische Staatsgemmäldesammlungen). Paul Klee, Marianne Verefkin, Gabrielle Münter, son además, otras importantes contribuciones a un expresionismo más lírico del frente muniqués, con distinta orientación que el grupo de Dresde, trasladado más tarde a Berlín22 . El Expresionismo, de modo similar al Futurismo, fue también más una corriente genérica que un estilo pictórico en particular. En el campo de las pintura, enfatizó un uso de la línea de manera rota, en ocasiones espasmódica, en busca de lo que denominaban el “dinamismo universal”. Las llamadas “líneas de fuerza” fueron uno de los medios físicos más concretos de que se sirvió. Las múltiples y hasta contrapuestas imágenes de la ciudad realizadas por Umberto Boccioni, las evocaciones de los sonidos de Luigi Russolo, o la idea del movimiento de las obras de Gino Severini, de Carlo Carrá o de Giacomo Balla, no son concebibles sin los grandes esfuerzos que estos autores realizaron para descomponer la figura según la idea del movimiento generada por la línea, si bien dentro de soluciones diversas, ya que, como es sabido, como corriente el Futurismo no llegó a generar una estilística propia en la pintura, alimentando en cambio los orígenes de nuevos comportamientos artísticos como el happening, que se habrían de desarrollar en años posteriores del siglo XX con su auge en los 60
El Surrealismo, dependiendo de los modos básicos de concebir el proceso mental de creación de las obras de cada artista, se dividió, en esencia, en una corriente figurativa de corte académico aunque fuera de las pautas oficiales; y otra corriente debida a los impulsos automáticos, que tenía la concepción de que la obra era producto del automatismo psíquico mecánicamente producido en el autor. A este fin y dentro de este esquema, tuvieron dos maneras esenciales de utilizar la línea: de manera limpia, un dibujo aprendido en el academicismo aunque aplicado a la libre asociación de imágenes; así, en Salvador Dalí, lo mismo que en René Magritte, o en Paul Delvaux, los perfiles y líneas son nítidos, de tradición quattrocentista; y otra clase de dibujo, generador de figuras no identificables, en cuyo repertorio más que la curvatura y las líneas mórbidas de los anteriores, entran en juego con mayor frecuencia el zij-zaj, la línea quebrada, los movimientos lineales más rebeldes posibles, al servicio de iconos entre lo subconsciente y lo humorístico, y que traspasa la corriente surrealista por ser parte de la herencia del Dadaísmo: los “mecanomorfos” de Francis Picabia, y tantas otras imágenes en la obra de Max Ernst, o de Joan Miró, entre otros. Por otra parte, el ideario del Constructivismo ruso, y del grupo holandés De Stijl, dada su común planteamiento hacia la nitidez geométrica de las esencias de su arte, optaron por el cuadrado, el rectángulo, o el círculo, mediante la utilización respectiva de líneas rectas y de ángulos, de curvas y de círculos, con el fin de lograr sus objetivos de imágenes abstractas en el espacio, que representaban la infinitud del universo y diferentes versiones de la misma. El empleo de las tramas de líneas paralelas o diagonales a la estructura del cuadro supuso una importante polémica entre Piet Mondrian y Theo van Doesburg, que, por otra parte, estaban incorporados al lenguaje de la evolución de la arquitectura y al proceso de simplificación racionalista de sus líneas, como había ocurrido en la Deutscher Werkbund en la primera década del siglo. Wassily Kandinsky, que pasa por ser fundador de la abstracción denominada lírica, dentro de la mitología de lo original que tanto marcó el ámbito de la Historia del Arte, es sólo en cierto modo el autor de la patente pictórica de dicha corriente. Aunque de diferente carácter a la de los anteriores, tuvo en el uso de la línea uno de sus puntales. Con la línea, suelta, representativa de sí misma y sugerente de formas y espacios, más el color vibrante, produjo su proceso en las Improvisaciones, en la llamada Primera acuarela abstracta (1910- 13, París, Musée National d’Art Moderne). A este elemento en conexión con otros recursos geométricos, y a su capacidad de expresión esencialista, dedicó importantes escritos: De lo espiritual en el arte, publicado en Munich 1912, que explica su sentido místico y simbólico; y el segundo de sus conocidos escritos, Punto y línea sobre el plano, (1926), después de la época muniquesa, fruto de su experiencia rusa, y de los contactos establecidos allí con los constructivistas, y de vuelta en Alemania, de los contactos e implicaciones con la Bauhaus en sus etapas de Weimar y en Dessau, de cuyos talleres fue profesor. En esa época utilizó una línea formalmente basada en la progresiva geometrización del signo, pero manteniendo los valores líricos que lo habían caracterizado. Paul Klee a su vez, mantuvo un equilibrio entre las formas ordenadas y los signos expresivos por sí mismos, de intensidad cromática.
                                                 
La luz y el color como protagonistas
 La controversia sobre la prioridad entre la línea o el color, desarrollada en los inicios del XIX entre los partidarios de la libertad en el Romanticismo, y los de la reglamentación en el Neoclasicismo, había encontrado a finales de aquel la fuerza de la corriente impresionista y otras que la siguieron con unos importantes vínculos de filiación, para cristalizar en el triunfo de la luz, esa manifestación lograda a base de combinar de manera rupturista el colorido, en el Impresionismo. El Divisionismo o Puntillismo culminaba, en el cierre del siglo, el fenómeno de esa primacía. A partir de las corrientes de vanguardia con que se inició el siglo XX, el tratamiento de la luz ya no iba a ser dependiente de la tradición naturalista, afirmación que sirve en lí- neas generales, ya que en esta clase de materias no cuantificables de manera pertinente, no se pueden aplicar en términos absolutos. Se rompía el espejismo colectivo de arte como reproducción del natural, y en las diversas opciones estilísticas, incluso en ocasiones, en cada maestro, la luz pasó a ser un instrumento no de mímesis, sino de expresión, tanto para enfatizar o subrayar algo, como para expresar matices sutiles. Uno de los modos en que se iba a manifestar, es en la tendencia a la disociación entre los contornos de la figura y la lí- nea que los representaba normalmente, coloreando e iluminando el objeto o motivo a representar saltándose los bordes y en planitud, a imitación de las tintas de imprenta. Este medio está en parte tomado de la tradición gráfica del Art Nouveau, pero es también una forma de enfatizar la autonomía de los colores en la forma, un signo de independencia. La esencia de la corriente fauvista con la que se abre el panorama de las vanguardias del siglo XX, residía en esa asociación de colores aparentemente en tensión, chillones, pero en cuya combinación su principal maestro, Matisse, lograba equilibrar las masas. Ello se percibe con claridad en los sombreados que este autor daba a algunas de sus obras en fase fauvista, como en el lienzo que representa el rostro de su mujer, Retrato con raya verde, (1905, Copenhague, Statens Museen for Kunst), técnica que mantendría con mayor nitidez y con texturas planas en las etapas siguientes de su obra, como en El cuarto rojo (1908-1909, San Petesburgo, Museo del Ermitage), en el que el decorado en arabesco de hojas se desparrama por igual en la superficie de la mesa y la pared, anulando la división convencional de planos de fondo y de superficie horizontal virtual mediante esa invasión común de un mismo motivo, lineal. La combinación entre línea y color es irrenunciable en su caso, aunque el fauvismo reposa en la fuerza del color como uno de sus pilares fundamentales. Esta obra en concreto, se concibió sobre azules, que fue cubriendo con el rojo dominante.
La técnica de disociar planos de color y líneas de contorno iba a ser utilizada también por el cubismo, sobre todo en su etapa sintética, al romper los planos en búsqueda de efectos de movimiento superpuestos a los de profundidad. Los ejemplos pueden buscarse en cualquiera de los clásicos del cubismo, Picasso, Braque o Juan Gris, y sería inútil por nuestra parte entrar en la polémica de la invención del hallazgo de estos y otros medios, como el de las referencias exóticas y primitivas de las vanguardias, ya que en particular, las tensiones en el sentido de aplicar la paternidad del interés por las tallas africanas a Picasso, como se hace habitualmente, o a Matisse y otros pintores del círculo fauvista como Derain y Vlaminck, además de Kirchner, son bien conocidas, así como poco fiables los datos aportados por los propios autores, en particular Picasso, interesados en quedar como inventores de nuevas técnicas24. Lo que importa aquí cuestionar es, si en esta manera de realizar las obras, había algo más que experimentación formal, o si por el contrario, se informaba de algo nuevo. Parece que en esa alteración del tratamiento de las figuras y ambientes había un paso más que en el Impresionismo en su conversión, no sólo en meros objetos plásticos, sino en objetos cotidianos vistos desde nuevas perspectivas. Al romper la idea clásica de la línea y el color armoniosos, también se alteraba el ideal humano representado y la cosmovisión conjunta. Se entraba en la cotidianeidad, como habían hecho Van Gogh o Cézanne, pero desvinculándose de la sublimación de la misma como harían el simbolismo, y los autores bajo su influencia, como el propio Van Gogh, o más aún, Gauguin. Lo que se estaba llevando a cabo era probablemente una orientación sesgada hacia la prosa realista en los motivos, y un nuevo enfoque en la manera de configurar otra idealidad a través de estas técnicas, no un mero desentenderse del motivo a favor de la invención técnica y formal. Se ha señalado en múltiples ocasiones la diferencia en la utilización de los colores y las luces que estos elementos producen, entre el Fauvismo y el Expresionismo. Aparte de que las definiciones de los propios movimientos son fruto, la mayoría de las veces, de la autodefinición sobre la marcha o por teorizaciones improvisadas como las de Guillaume Apollinaire o Louis Vauxcelles, para salir del paso; o de una visión clasificatoria más didáctica que correspondiente a la realidad, la representación en ambos casos tiene aspectos en común, pero no significa lo mismo. Los colores chillones, las sombras aplanadas y fuertes del Fauvismo, buscan algún equilibrio que se ha considerado mediterraneísta. Lo que asustó en su momento, fue el prescindir de la sombra en su sentido tradicional, al plasmar la luz mediante contrastes de tintas y no de tonos, y no diferenciar en una trama común los matices de los tonos, como aún hacían los impresionistas. En el caso de André Derain, citado por John Elderfield, esta nueva actitud implicaba contrastes de áreas y zonas de color, que adquirían así nueva importancia25. Frente a esto, los colores fríos asociados en luces siniestras con los cálidos atípicos (magenta, rojo burdeos, añil, oros, grises), provocan efectos espectrales y de convulsión, que ya se anticipaban en el artista noruego Edvard Munch, en los alemanes Ernst Ludwig Kirchner, Franz Marc, o Ludwig Meidner, pero también en el vienés Oscar Kokoschka. Otros autores en cambio, como August Macke, pese a pertenecer al grupo Die Brücke o El Puente, se asemejan más en ese sentido a los fauvistas26. La realidad es que las combinaciones entre luces, líneas, empastes y motivos, resultan artificiales de dividir. Habría que pensar en estos casos en lo ya observado por diversos autores: el grupo fauve ejemplificaba una enorme vitalidad, la famosa joie de vivre que daba título y sentido a algunas obras de Matisse, con lenguaje feísta en apariencia, pero alegre, equilibrado y amante de la vida.
La corriente expresionista tardía de la Nueva Objetividad alemana utilizó estos coloridos atípicos en autores como George Grosz, Otto Dix, Max Beckmann, Heinrich Maria Dravinghausen y otros muchos, siguiendo el objetivo de la acidez crítica basada en una visión siniestra de la realidad, contada con instrumentos cromáticos que resultan apropiados a su intención. Otros autores en cambio, como Wassily Kandinsky, categorizados de expresionistas y de abstractos según el momento del autor, y de la visión de quien lo observa, utilizan en su etapa creativa de las acuarelas abstractas colores brillantes en los que se buscan armonías, sinfonías cromáticas, más que estridencias, y siguiendo los símiles de los ritmos y armonías musicales que el autor tanto apreciaba.
El Cubismo como corriente no se caracterizó por el uso del color como recurso esencial, sino por su combinación original de planos en el espacio. Sin embargo, los cambios en su utilización definen las etapas del mismo, y van acompañados por cambios iconográficos significativos. De la etapa analítica o hermética, muy parca en colorido, se sigue la evolución hacia la síntesis empleando colores más vivaces, como el verde o el rojo, de calidades más planas, sin el efecto de rompecabezas de los bodegones y retratos de los años 1909 al 1912, aproximadamente. Y la “naturaleza muerta” es el destinatario temático que más convoca la atención de Picasso, de Braque o de Juan Gris, en esa transformación. Hay una corriente y un autor que se adscribieron al cubismo aunque con bastante heterodoxia, lo que Apollinaire llamó el “cubismo órfico”. Con la pareja de Sonia y Robert Delaunay, la experimentación de ambos desembocó en las pinturas sobre todo de Robert, aportando ella, además de ideas creativas, concreciones más aplicadas en el mundo del diseño. El adjetivo “órfico” trataba de describir su interés por las luces y colorido poéticos, dentro de la ruptura de planos que caracterizaba al cubismo. Son características obras suyas realizadas a partir de círculos de color en que la figuración se pierde: Ciudad de París, Ventanas simultáneas, Ritmos circulares, en un conjunto de obras en torno a 1912, que se repiten más tarde, como Formas circulares, de 1930 (Nueva York, Museo Guggenheim). Esa base se va perdiendo a partir de 1914, desde que reinicia su compromiso con la figuración, como el Homenaje a Blériot (1914, París, colección particular), todavía a base de círculos cromáticos. Tanto las obras más abstractas como las siguientes, son desarrollos de la importancia de la luz, tras interesarse vivamente por las teorías divisionistas de Seurat, y los estudios de Chévreul sobre el color.
El Surrealismo hace un uso de la luz aún más variado que los expresionistas. Ya desde su propia definición “por debajo de lo real” nos damos cuenta del inmenso mundo de posibilidades que puede ofrecer. Por ceñirse a las facetas más conocidas y comprensibles del fenómeno, la división entre los pintores de corte académico a la hora de utilizar las técnicas, y los que siguen procesos de automatismo psíquico, se puede decir que la primera versión, la académica de René Magritte, de Paul Delvaux, o de Salvador Dalí, utiliza la luz con la sabiduría de la tradición renacentista del Quattrocento: con atmósferas limpias, sin aire interpuesto entre los objetos en muchas ocasiones, como un recurso para conferir magia e irrealidad a las situaciones. Este sistema era una aportación reciente de la Pittura metafisica, cuyo creador, Giorgio de Chirico, aunque antagónico en parte a las pretensiones vanguardistas, tanto influyó en algunos movimientos como el surrealista en concreto. En los autores que prefirieron la creación de imágenes libres de connotaciones realistas, se da más la ruptura de técnicas, siendo poco convincente reducir a expresiones similares las obras de Masson, de Joan Miró, o de Matta. Otro aspecto que los surrealistas manejaron con frecuencia fue la luz nocturna, ambiente marco preferente para lo espectral y lo soñado, como hacía Yves Tanguy en sus paisajes fosilizados con aspecto de pertenecer a otro planeta. Una de las corrientes que utilizó de manera singular la luz como significante y significado al mismo tiempo, fue el Futurismo. Pese a las desigualdades pictóricas en el interior del mismo, destacó por su idea del dinamismo universal, y uno de los recursos fue la luz destellante, rota. Es sabido que los futuristas no plasmaron un estilo propio a la hora de realizar sus obras pictóricas. En realidad no se trataba de una tendencia artística, sino de una corriente de opinión cultural y política en contra del peso de la tradición, y a favor de la renovación, que ellos cifraron en conceptos como “el dinamismo universal”. Con esta premisa realizaron todo tipo de acciones; pero en lo que se refiere a su uso de la luz en la pintura, dependiendo de cada autor y de sus momentos respectivos, se acogieron a líneas estilísticas ya preexistentes en una especie de fusión poco estructurada. Giacomo Balla en su Niña que camina en un balcón (1912, Milán, Galería de Arte Moderno), o Carlo Carrá, recogieron una fuerte herencia del divisionismo en obras como el Dinamismo de un perro con correa, (1912, Búfalo, colección particular), y El baile de Tabarin, interpretado en versiones de diferentes futuristas, como las obras de Gino Severini Jeroglífico dinámico del “Bal Tabarin”, (1912, Nueva York, Museum of Modern Art) y Bailarina en azul (1912, Milán, colección particular).


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EL MODERNISMO BRASILERO

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